Un proyecto televisivo muy esperado, aún desde antes de su tercera y (hasta ahora) definitiva captura, la serie sobre el “Chapo” Guzmán (Joaquín Guzmán Loera), por fin se concretó. Univisión y Netflix han lanzado la primera temporada de este biopic que redunda en el estilo ya trazado de producciones similares como Pablo Escobar: El Patrón del Mal o Narcos (ambas sobre la figura del recordado narcotraficante de Medellín / Colombia).
Al igual que en estas dos series, se sigue la iniciativa trazada desde el mercado audiovisual norteamericano que implica idealizar a delincuentes, como por ejemplo la extraordinaria Boardwalk Empire (basada en personajes de la mafia de la época de la prohibición). Y otras vertientes: corrupción política (House of Cards), estafa (White Collar) y la más semejante al narcotráfico latinoamericano, Breaking Bad.
A estas alturas, como defensor de la libertad de expresión y de una televisión sin tapujos ni mordazas, debo decir que me parece “saludable” que surjan propuestas diferentes, que rompan con moldes e ideas prestablecidas. No tiene que ser “políticamente correcto”, ni tenemos que revivir formatos irreales y benéficos como la recordada Familia Ingalls o El Show de Bill Cosby (donde el personaje era un ejemplo de vida familiar, y el conocido actor un presunto abusador sexual, hoy enjuiciado).
Quizás por esos motivos, uno puede ver El Chapo y no espantarse con este retrato del asesino y mafioso narcotraficante que busca “sembrar simpatías” del televidente, y la descarnada fotografía (esta sí muy certera) de la violencia de estado y corrupción política mexicana (que también se vive en otros países de América Latina, del propio Estados Unidos, y del resto del mundo). Se observa un desbalance al juzgar a Joaquín Guzmán Loera (sale beneficiado) y al poder estatal (mucho más vapuleado).
Eso ya se hacía sentir en el caso de Pablo Escobar, que a pesar de tener varios años de muerto antes del apogeo de las series televisivas basadas en su persona, las cicatrices dejadas en Colombia, y otras latitudes donde su imperio del crimen se estableció, estaban abiertas. Esta vez se escoge a un “Chapo” Guzmán vivo, encerrado en una prisión norteamericana y con sus vínculos criminales aún no desenredados.
Por ello no debe extrañar a nadie que la serie de Netflix, El Chapo, vaya a motivar más de un debate, el caso contrario sería decepcionante para sus creadores. Se ha querido, abiertamente, aprovechar el clima actual sobre este personaje, el hecho de sus continuas fugas de cárceles mexicanas, sus tratos con elementos del gobierno azteca, sus arreglos con agentes de la DEA y el innegable impacto en la sociedad del hermano país de México y el planeta entero (se le consideró el prófugo más buscado del mundo).
En cuanto a la producción podemos señalar que es de primer nivel, tanto actoral como en realización audiovisual. No se han escatimado gastos y eso se nota en el resultado final. Es una trama atrayente, entretenida y dinámica, con el justo respaldo en hechos reales y la sazón de elementos ficticios. Ver los nueve episodios disponibles de El Chapo es una suerte de adicción televisiva que te deja con ganas de más.
Un último párrafo dedicado a las interpretaciones, Marco de la O cumple bastante bien con representar a Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera (con el suficiente parecido físico). Humberto Bustos encarna bien al siniestro asesor presidencial Don Conrado Sol. Quien se roba el noveno episodio es el juvenil actor que interpreta a Guzmán en su adolescencia.
